lunes, 3 de marzo de 2008


Picasso dibujante
Picasso es uno de los más destacados y fecundos dibujantes de la historia del arte. Esta faceta es fundamental para entender el resto de su obra, pues la visión de conjunto de sus dibujos nos permite seguir, paso a paso, el desarrollo de sus ideas y la gestación de grandes composiciones pictóricas. Podría decirse que Picasso pensaba dibujando, que su mano era una extensión de su mente, siempre en efervescente búsqueda creativa, en constante trasformación. Pero no debe olvidarse que muy a menudo estas obras son autónomas, concebidas como un fin en sí mismas. Empleó todo tipo de técnicas (mina de plomo, lápiz negro o de color, carbón, pluma, pincel, tinta china, aguada, acuarela, gouache) y de soportes (papel de dibujo, de carta, lienzo, cartón, servilletas, hojas de periódicos y revistas, todo lo que encontraba a su alcance), pero la principal de sus experimentaciones fue la conceptual.
Muchos de sus dibujos se plasmaron en cuadernos: se conocen 175, creados entre 1894 y 1967; algunos, lo suficientemente pequeños como para llevarlos siempre encima y permitirle anotar sus interpretaciones del entorno; los más grandes, cosidos o con espiral, los tenía en su estudio y los usaba para realizar bocetos preparatorios e intermedios de pinturas o esculturas. Pero es difícil hablar de "bocetos" en Picasso: sus innumerables formulaciones e invenciones son más bien incesantes experiencias que quiere conocer hasta agotarlas. Pareciera que no existe una obra definitiva, sino que las diferentes variaciones forman una obra completa. Para el espectador, a menudo las pinturas de Picasso pueden parecer extremadamente espontáneas, resueltas inmediatamente en el lienzo, pero en realidad muchas fueron producto de un largo proceso de experimentación y prueba a través del dibujo.
Se conservan obras de Picasso desde su niñez. Él sostenía que nunca hizo dibujos infantiles, y lo cierto es que las obras más tempranas que se tienen (hechas con ocho o nueve años) buscan el realismo y la exactitud de lo representado. Y reflejan, muy pronto, sorprendentes dotes de observación y de habilidad. Los dibujos de toros y toreros, de palomas, de rostros, muestran el ímpetu de sus trazados y una concisión llena de fuerza expresiva; y un Hércules de 1890, aunque muy imperfecto, imita a las obras académicas. Y es que la influencia y la tutela de su padre, pintor y profesor de dibujo, se hacen notar. Su formación será muy sólida: a los consejos de D. José hay que sumar su aprendizaje en las Escuelas de Arte de La Coruña, Barcelona y Madrid, donde, entre 1891 y 1897, se sometió a la estricta e insistente disciplina de una enseñanza que primaba el dominio del dibujo. Ya en los exámenes de ingreso, Picasso sorprendió a sus profesores por la calidad de sus trabajos, y al finalizar su instrucción podemos decir que había hecho completamente suyo el oficio. Sin embargo, en su producción libre el muchacho manifestaba una tendencia a la libertad y la espontaneidad, con frecuentes incursiones en lo caricaturesco; y a su paso por la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid fue muy crítico con la normativa académica, dominante en las aulas y fuera de ellas.
Desde 1898, aproximadamente, pueden detectarse sus primeras reacciones al academicismo, primero en sus apuntes de Horta de Sant Joan, y después en su febril captación del instante y de los personajes de su entorno en Barcelona. Su plena participación en los ambientes vanguardistas catalanes, donde conviven el modernismo con las influencias simbolistas, impresionistas y post-impresionistas, se percibe en sus dibujos ya marcadamente antinaturalistas, en los que hallamos ecos de Ramón Casas, Munch, Steinlein, Degas, Toulouse Lautrec e incluso de El Greco. De esta época, puede destacarse su exposición en el café "Els Quatre Gats", con una galería de retratos de sus amigos y contertulios de dicho local, que es una réplica a los retratos de Ramón Casas e inicia su aplicación del color, sobre todo a pastel. El color presidirá su estancia en París en 1900, cuya vida nocturna, aparece continuamente en su obra.
A finales de 1901, hay un cambio sustancial. Picasso entra en su llamada "época azul" y el dibujo cambia de función: ahora es utilizado como estudio para obras definitivas, permitiéndonos desentrañar la simbología de su producción, muy alegórica. En esta época, persiste el trazo suelto en los divertimentos menores sobre sus andanzas y sus amigos, relatados con un humor que es común a todas las épocas de su vida.
El dibujo discurre íntimamente ligado a sus sucesivas metamorfosis estilísticas: entre 1904 y 1905, la línea se redondea para retratar a los meláncolicos personajes del circo de su llamada "época rosa"; a lo largo de 1905 y 1906, se simplifican los contornos, aumenta el hieratismo y la impasibilidad en los rostros, al tiempo que enaltece los volúmenes. Picasso se ha acercado a un clasicismo cuyo retorno también se estaba gestando en París y en Cataluña, con una búsqueda del equilibrio, el orden, el distanciamiento y el vigor de la Antigüedad mediterránea.
Influido después por el primitivismo del arte ibérico y del arte negro, acomete en 1907 el proyecto del óleo Las señoritas de Aviñón, con multitud de estudios que son imprescindibles para comprender su gestación Desde 1908, en que comienzan sus experiencias "protocubistas", y durante los años del cubismo analítico, en sus dibujos utiliza concienzudamente el sombreado para expresar las diferentes facetas en las que descompone los objetos, así como para conseguir recomponerlos en una continuidad de efectos tonales. Con el cubismo sintético (a partir de 1912), el dibujo se hace claro y rotundo en la representación, e imita los efectos del collage con trazos que sugieren distintas texturas.
Ya durante 1914, el pintor hace obras de estilo naturalista, pero la vuelta a la figuración se consolida al final de la guerra; ello no es óbice para que siguiera produciendo obras cubistas hasta los primeros años 20. Y en sus incursiones como escenógrafo para los Ballets Rusos, ambas tendencias se conjugan. De esta época, los estudios para el teatro constituyen una parte considerable de su obra; por otro lado, su nuevo clasicismo se pone de manifiesto netamente en el dibujo, que se preocupa por el contorno y no por el modelado de las formas, y que se ejecuta siempre con líneas claras y precisas, de una incomparable seguridad. No son realistas: es evidente la desproporción de algunos elementos, pero la meticulosidad hace olvidarla, y siempre subsiste la sensación de equilibrio y serenidad de las composiciones. Encontramos portentosos retratos, personajes de la comedia del arte, bailarinas, bañistas, desnudos clásicos, interiores... Todos ellos son motivos iconográficos que reaparecerán constantemente a lo largo de su obra.
Desde mediados de los años 20, Picasso da un giro e introduce elementos que se suelen emparentar con el surrealismo: dibujos apararentemente abstractos, compuestos por puntos y líneas; y, por otro lado, una total metamorfosis de la figura humana, que es "osificada" y dislocada de forma perversa. A principios de los años 30, Picasso se dedica a la escultura y ello se refleja en dibujos del mismo estilo, de formas sensuales y redondeadas. La temática grecolatina se instala con fuerza en su producción, tratada a veces con serenidad clásica y en otras ocasiones con exaltada sensibilidad, de modo que se suceden ante el espectador escultores y modelos desnudos, guerreros y minotauros; en relación con el ciclo de la minotauromaquia, Picasso retoma el tema de la corrida taurina. Son destacables, también, las obras íntimas relacionadas con Marie-Thérèse Walter y su hija Maya. En 1937, el Guernica, fruto de un encargo del Gobierno español en plena guerra civil, cristalizará muchas de sus experiencias previas y de sus más caros elementos iconográficos. La serie de dibujos surgidos alrededor de este trabajo son un tesoro de expresividad, así como un testimonio precioso de las transformaciones y los hallazgos que permitieron llegar al cuadro final. Durante la Segunda Guerra Mundial, se suceden en su repertorio los retratos de Marie-Thérèse y de Dora Maar, con la que también mantiene una relación en esos años. La tragedia de la época se refleja en figuras humanas repulsivas, monstruosas, con las que contrasta El hombre del cordero, serie de dibujos que giran en torno a su escultura de 1943.
Los años de la post-guerra están dominados por dos temas: la "alegría de vivir", expresada en bacanales protagonizadas por faunos, ninfas y centauros; y los retratos de Françoise Gilot, su nueva compañera, con la que tendrá dos hijos, Claude y Paloma, que también serán protagonistas de sus obras. En el primer caso, el dibujo suele ser simple y directo, muy ingenuo; en el segundo, nos hallamos ante una muestra de la imaginación del artista, que despliega un sinfín de formas distintas de encarar el modelo. También de estos años son sus obras propagandísticas para el Partido Comunista, al que se había adherido. Tras su traumática separación de Françoise, Picasso se lanza a ejecutar 180 dibujos, fechados entre 1953 y 1954, sobre el tema del pintor y su modelo. Se sirve de la tinta china (sólo al final acompañada por lápices de color), con un trazo muy suelto, a veces "sucio", empleando tanto la línea como la mancha, de forma muy austera y concisa, pero con el máximo de expresividad y gracia. Durante un mes de 1954, retrata incansablemente a Sylvette David, una joven que aceptó posar para él. Y, en este mismo año, irrumpe Jacqueline Roque -que en 1961 se convertiría en Madame Picasso- como modelo omnipresente.
En 1955, el artista acepta la propuesta de protagonizar el film de Henri-Georges Clouzot Le mystère Picasso, donde podemos asistir al sorprendente espectáculo de ver cómo se van gestando sus dibujos paso a paso, en un derroche de inventiva y habilidad. De este periodo son los magníficos dibujos a base de grandes manchas de tinta con tema taurino (donde hay que englobar el famoso Quijote y Sancho), emparentados con las aguatintas de la Tauromaquia de Pepe Illo.
Pero la mayoría de los dibujos de los últimos años de Picasso se relacionan con sus series pictóricas, ampliando e investigando las ideas que en ellas se desarrollan. Así, los croquis para las quince pinturas sobre Las mujeres de Argel, de Delacroix, la primera de sus recreaciones de obras del pasado (1954-1955); los estudios de interior de su residencia, "La Californie" (1955-1956); los cuadernos de esbozos para el mural en la Unesco de París La caída de Ícaro (1958); y de nuevo las variaciones sobre los grandes maestros: Las Meninas de Velázquez (1957), Déjeuner sur l'herbe de Manet (1959) y el Rapto de las Sabinas de Poussin (1962).
Finalmente, en vuelve Picasso a retratar su galería de personajes abigarrados: mujeres desnudas, prostitutas, celestinas, "mosqueteros" e hidalgos, pintores ante sus jóvenes modelos, amantes violentos… Resalta el salvaje erotismo de la mayoría de los dibujos, y la vitalidad y la libertad absoluta de que hace gala Picasso, empleando tanto líneas límpidas como meticulosos efectos decorativos, y resolviendo otros con grandes sombras de aguada y gouache. La distorsión de las figuras es total, haciéndolas prácticamente monstruosas, en composiciones donde se ha abolido la perspectiva y el espacio real.
Uno de sus últimos dibujos, fechado el 30 de junio de 1972, es impresionante: se trata de un autorretrato de tonos azulados, con grandes ojos muy abiertos, que con una mezcla de estupor y miedo se interpela a sí mismo ante el espejo, pues reconoce en ese rostro a un viejo en el que se adivina la calavera, es decir, la muerte no muy lejana, que le llegó el 8 de marzo de 1973.


Picasso ceramista

La labor de Picasso en el campo de la cerámica, al contrario que en otras actividades artísticas suyas (grabado, dibujo, pintura, escultura…) es bien tardía.
En julio de 1946 había asistido, procedente de Golfe-Juan, a una exposición de cerámicas en la villa de Vallauris, conociendo, casi inmediatamente, pocos días después, el taller Madoura -propiedad del matrimonio Ramié-. "Aquel día -recuerda Georges Ramié- salieron tres piezas de sus manos: tres piezas que fueron, y siguen siendo para los testigos de aquellas horas apasionantes, como los más poderosos talismanes. [...] Una vez terminadas, se quedaron sobre el tablero en espera de un completo secado y de una futura cocción y su autor desapareció sin más noticia. Pasaron los meses, y varias veces hubo ocasión de cocer las piezas abandonadas. [...] Pero, como ocurre en Le Roman de la Rose, un año más tarde, día tras día, Picasso, nuevamente de vacaciones, reemprendió el camino de Vallauris y de su exposición. Con alegría encontró el taller de su primer intento y, con maravillosa sorpresa, las tres piezas del año anterior que, en un exceso de pesimismo irracional, había creído desaparecidas para siempre en quién sabe qué definitivo infortunio".
Así, en agosto de 1947, Picasso, con el modelado de un pequeño toro, inicia una densa y fructífera labor como ceramista, patente también en los numerosos estudios que sobre jarrones y figuras zoomórficas ejecutó en sus cuadernos de dibujo.
Platos, fuentes, vasos, jarrones, mosaicos, vasijas, figuras torneadas, placas, tejas… componen la base del mundo picassiano para los temas que siempre le fueron propicios -los talleres, la tauromaquia, los desnudos, la gastronomía, la vida familiar…-, sin abandonar nunca su interés por la obra gráfica, la escritura y la pintura.
Instalado hacia la primavera de 1948 en La Galloise, una casa cercana a Madoura, desde aquí afianzará, con maestría, su incursión en este nuevo y singular campo de la cerámica, manteniendo un estrecho contacto con los artesanos del Midi francés. Este mismo año, en septiembre, expondrá por vez primera sus trabajos como ceramista en el Musée Grimaldi de Antibes ("Picasso. Céramique. Peinture. Dessin"), una muestra que abrirá paso a otras donde el pintor dará a conocer su febril producción en este nuevo lenguaje artístico que no abandonará hasta 1971, poco antes de su muerte.
Así, su taller Fournas, en Vallauris, una vieja destilería de perfumes donde trabajará entre 1949-1954, se convertirá en el templo de donde partan las esculturas y las cerámicas más representativas de este periodo, el cual ha sido investigado por especialistas como Georges Ramié (Cerámica de Picasso. Barcelona: Ediciones Polígrafa, 1974), Marilyn McCully (Picasso, painter and sculptor in clay. New York: Harry N. Abrams, Inc., Publisher, 1998, y Ceramics by Picasso. Paris: Éditions Images Modernes, 1999) o Kosme de Barañano (Picasso. El diálogo con la cerámica. Valencia: Fundación Bancaja, 1998).


Picasso escultor
Werner Spies, en su catalogación de la obra escultórica de Picasso, recoge 664 obras realizadas entre 1902 y 1971, en un muestrario que abarca una diversidad de temáticas, formatos, materiales y estilos que convierten al artista malagueño en un maestro del trabajo con los volúmenes, siendo su obra escultórica menos conocida que la plástica, no obstante estar ambas a la misma altura de calidad, interés, ambición y maestría.
Las primeras esculturas de Picasso coinciden con su periodo azul, estando emparentadas a la vez con las obras de Rodin y Gauguin y Medardo Rosso, para ir inclinándose de manera creciente, a la vez que iba sentando las bases para la invención del cubismo, por el arte primitivo oceánico (al que no es ajena la influencia de las esculturas de Gauguin) y africano. Este voluntario arcaísmo será sustituido ya en la época cubista por obras de factura tosca, con perfiles sin desbastar, ejemplificadas por el bronce "Cabeza de mujer" de 1909, en las que asume postulados futuristas dentro de una concepción puramente cubista. El siguiente paso será, ya inmerso en el cubismo sintético, la creación de ensamblajes de diversos materiales (cartón, cordeles, agujas, telas) en los que el motivo principal de la obra son guitarras.
En 1914 crea "Vaso de absenta", obra en la que fusiona elementos cotidianos como una cucharilla con el bronce, la arena y la pintura, jugando con los efectos de la transparencia, el interior y el exterior, renunciando sin embargo a una interpretación realista. Es ésta la época en la que también realiza bodegones y construcciones en los que une pintura y escultura, usando maderas, cuerdas y láminas de metal para reconstruir los objetos de una manera plena de libertad e imaginación en lo que consiste una exploración de las capacidades tridimensionales del cubismo que la llegada del clasicismo a su obra plástica no podrá detener y que se manifiesta en la voluntad cubista de los maniquíes animados que realiza en 1917 para el ballet "Parade".
La voluntad picassiana de experimentación escultórica llegará a la cumbre en la década de los años 20 y 30 a través de las esculturas de alambre de 1928 y las deformaciones biomórficas que desde finales de los 20 realiza, todo ello con una estética surrealista, manteniendo en numerosas ocasiones la técnica del ensamblaje y en otras consiguiendo auténticos objetos-poemas en los que aglutina materiales diversos e incluye arpilleras, arena, hojas de plantas e incluso mariposas. La voracidad creadora de Picasso se encuentra en su apogeo. Y este frenesí de la imaginación ya no disminuirá.
La deformación de las figuras, la distorsión de los cuerpos y de los rasgos, la belleza convulsa preconizada por André Breton, protagonizan la escultura picassiana de estas décadas, en las que hay momentáneas concesiones al clasicismo como "Figura", de 1933, que sin embargo son simultáneamente sometidas a una manipulación que altera las formas para afirmar el triunfo del surrealismo sobre la serenidad clásica. Es el surrealismo quien facilita a Picasso el uso de los "objets trouvées" cuyo resultado más conocido es "Cabeza de toro", de 1942, en la que Picasso se limita a unir un manillar y un sillín de bicicleta para obtener una imagen de asombrosa sencillez a la vez que contundente. No hay material que Pablo desista de usar, ni forma, por imposible o chocante que resulta, que no se atreva a convertir en escultura.
Durante la ocupación alemana Pablo aprovecha la amplitud de su estudio de la rue des Grands-Augustin para realizar esculturas de gran formato, la más conocida de las cuales es "El hombre del cordero", de 1943, más entroncada con la escultura arcaica griega, e incluso con el arte paleocristiano, que con el surrealismo. La textura rugosa, las formas rudimentarias, son las que predominan en los años de la Segunda Guerra Mundial. Habrá que esperar a la década de 1950 para que Picasso retome los ensamblajes en los que une materiales de desecho con el modelado. Así utiliza una patinete sin ruedas para convertirlo en un pájaro, incluye hojas de palmera para reproducir a una mujer embarazada, incluye una cesta en el vientre de una cabra o utiliza un coche de juguete como cabeza de un simio. A la vez retoma de sus experimentos cubistas la utilización de pintura sobre la superficie de las esculturas para conseguir otra serie de obras que vuelven a ser, como todas las anteriores, magistrales.
Retomando ideas cuyo embrión se sitúa en los años 30 y 40, a partir de inicios de los 60 emprende la realización de esculturas plegables de chapa metálica en las que la pintura aplicada sobre el metal tiene tanta importancia como la escultura en sí. Son rostros de afilados perfiles, pero también maternidades, animales, figuras en movimiento, imágenes, algunas de ellas llevadas después a dimensiones monumentales, que denotan un vitalismo insospechado en un anciano a cuya voracidad insaciable nada escapó.


Picasso fotógrafo
Esta época que nos está tocando vivir, en la que los medios de comunicación, la televisión, internet, etc… nos tienen permanentemente informados y a la vez mantienen a los personajes importantes continuamente en el escaparate, pudiendo seguir al segundo cualquier actividad que nos interese, o asistiendo a un evento a miles de kilómetros de donde se está produciendo, constituye el tiempo ideal para que una figura como la de Pablo Picasso se hubiera convertido en el personaje de nuestro tiempo, si es que de todas formas a nivel artístico ya no lo es.
Porque recordemos que, pese a que estamos hablando de una técnica-arte de invención y sobre todo perfeccionamiento relativamente reciente, Picasso posiblemente haya sido el artista más fotografiado de su tiempo, tanto a nivel periodístico, con reportajes de su actividad artística, como a nivel, podríamos llamar de "objeto de estudio", con gran interés de los mejores fotógrafos del momento en introducirse en la intimidad de su casa o su taller y lograr de alguna forma captar la esencia del genio.
Podemos acordarnos aquí de multitud de artistas que han plasmado la imagen del maestro en algún momento de su vida, desde el mismísimo Cartier-Bresson, precursor del arte fotográfico, a los más reputados fotógrafos del siglo XX, como Robert Doisneau, Man Ray, Brassaï, Gyenes (cuyo legado fotográfico es propiedad de la Fundación y se puede consultar en el Centro de Documentación); Roberto Otero, Arnold Newman, André Villers, Lucien Clergue, e incluso la propia Jacqueline Roque. Pero, sin duda, el que realizó un trabajo más intenso y más completo fue David Douglas Duncan, quien desde mediados de la década de los 50 se introdujo en la vida de Pablo y su familia convirtiéndose con su Leica en testigo silencioso del devenir cotidiano, del trabajo del maestro, de las visitas de los amigos, de los juegos con los niños, etc.
Tampoco debemos olvidar, porque es importante el dato, la relación inmediata que, como usuario, Picasso establece con la cámara. Adopta rápidamente las ventajas que le proporciona el uso de la misma para aplicarla a su obra, de manera que, desde la primera década del siglo, hace continuamente fotografías que utiliza para visualizar y dejar constancia del resultado de obras que podemos considerar precursoras de las actuales instalaciones, o de nuevo adelantándose a los acontecimientos realizando collages con las instantáneas tomadas.
Igualmente se autorretrata infinidad de veces delante de sus más famosos cuadros de la época o toma instantáneas en sus viajes, como por ejemplo el que realiza en 1909 a Horta de Ebro.
Lástima que los genios no sean inmortales, porque el gran Picasso hubiera hecho las delicias de los mejores artistas de nuestro tiempo, a buen seguro que Annie Leibovitz nos hubiera ofrecido una visión muy particular del maestro o el mismo Alberto Schommer conseguiría un gran retrato sicológico de Pablo. ¿Y por qué no imaginar al mismo Picasso interesado en dominar las técnicas digitales y enviando regalos en forma de imágenes de sus últimas obras a sus amigos repartidos por todo el mundo?

No hay comentarios: